Hurgaste en mí,
como el que busca un tesoro,
con el ansia rota.
Heriste mi alma,
con frenesí loco,
con prisa furiosa.
Te adentraste sin avisar,
y la espesura de mi ser te acogió.
Rendida a tu silencio,
callando mi jadeante lamento.
Perdida quedé
entre tu negro pelo.
No existió la noche,
no nació el día,
el tiempo se paró en tus ojos,
en aquella tarde fría.
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